Desde Santiago, salen siete vuelos por semana hacia el aeropuerto de Mataveri, en Hanga Roa (5 horas 25 min). Actualmente no hay vuelos a la isla desde otras ciudades del mundo.
Mapa:
Hanga Roa: El corazón de Isla de Pascua
En Hanga Roa está la mayoría de los hoteles, restaurantes, bares y discotecas de Isla de Pascua. Cuenta con dos bancos, tiendas de artesanías, supermercado, galerías de arte, estación de gasolina, negocios para alquiler de automóviles y motos y un punto de información turística.
Hanga Roa se puede recorrer fácilmente a pie, con la incesante compañía de la brisa del mar. La avenida principal y que acumula la mayor parte del comercio es Policarpo Toro –en honor al comandante que tomó posesión de la isla a nombre de Chile–, pero vale la pena internarse por las callecitas aledañas que siempre guardan alguna sorpresa para los impulsos gastronómicos o de compras.
Un punto atractivo es la caleta, donde encontrarás varias escuelas de buceo, un par de restaurantes y una buena heladería-café con vista al mar. Además, cada tanto aparece una tortuga marina curiosa a buscar alimento en la superficie.
Otro recomendado es el Museo Antropológico Padre Sebastián Englert, que toma su nombre del sacerdote alemán que durante 30 años realizó labores misioneras y científicas en la isla. El museo recopila, conserva e investiga la herencia patrimonial de Rapa Nui y su pueblo, y alberga una interesante colección arqueológica y bibliográfica.
Visita el mercado de artesanías de Hanga Roa, con una amplia variedad de objetos trabajados por artesanos locales y de otros lugares de la Polinesia. A un par de pasos está la Parroquia Santa Cruz, que vale la pena un vistazo por sus figuras de la tradición católica talladas en madera con el inconfundible sello rapanui. Los domingos, a las 9 de la mañana, se realiza una misa con cantos en lengua rapanui y ornamentos locales.
Anakena: Un playa-paraíso
No se puede estar en Rapa Nui y no visitar Anakena, la playa donde tocaron tierra las primeras embarcaciones de la migración polinésica para colonizar la isla y donde se asentaron los primeros habitantes.
Anakena no sólo encanta por sus aguas cálidas y quietas de color turquesa, sus arenas coralinas blancas y sus palmeras –traídas desde Tahiti en los años '60-, sino por el carácter único que le dan sus dos Ahus y sus respectivos moais.
La playa está a unos 18 kilómetros de Hanga Roa, en dirección noreste y hasta ella hay que llegar necesariamente en auto alquilado o en taxi. Es la única playa de la isla oficialmente apta para el baño, aunque los rapanui prefieren nadar y bucear en las piscinas naturales que se forman entre las rocas en otros sectores, accesibles sólo para conocedores. Si camina hacia el este encontrará la playa de Ovahe, con curiosas arenas rosadas y un abrupto farellón que cae al mar (no es apta para el baño).
En el acceso a Anakena hay pequeños kioscos atendidos por familias rapanui, con algunas mesas y bancas bajo la sombra, donde se puede disfrutar de una cerveza, una empanada de queso o de atún o un anticucho. También puede probar aquí el poe, una especie de budín dulce, preparado con harina, zapallo y plátano.
Si tiene tiempo y vehículo asegurado para regresar, permítase el lujo de esperar allí que caiga la noche y aparezcan las estrellas. La atmósfera es encantadora.
Ranu Raraku: Conoce el volcán Rano Raraku, la cuna de los moais
El volcán Ranu Raraku está a unos 20 kilómetros de Hanga Roa, en el vértice opuesto de la isla, y es la cuna de los moais. Es un volcán formado a partir de la actividad del Maunga Terevaka y dado que sus rocas son de menor dureza, fue el sitio escogido por los rapanui para tallar sus monumentales estatuas de piedra.
Es uno de los puntos más atractivos de las isla, tanto para los turistas como para los investigadores, por los más de 300 moais de diferentes tamaños y en distintos estadios de tallado que se encuentran dispersos en sus laderas.
El tallado se hacía directamente en la pared de la cantera y luego los moais eran trasladados a los distintos Ahu o centros ceremoniales.
Tras las guerras tribales, el trabajo en la cantera se detuvo, y los moais quedaron allí, erguidos o tumbados, a medio terminar o transportar, y comenzaron a ser cubiertos por la naturaleza, por lo que algunos están semienterrados.
Como en todos los lugares donde hay moais, vale la pena fijarse en la diferencia de tamaño y de facciones. Uno de los más curiosos es un moai que parece estar arrodillado. En torno a él hay varias versiones: unos dicen que representaría a un sacerdote, otros que sería un ancestro que vigilaría la cantera y velaría por las futuras generaciones de talladores.
También está allí el moai más grande de la isla. Tiene 21, 6 metros de largo y yace sobre su espalda, a medio tallar, aún unido a la roca base de la cantera.
El cráter del volcán es ovalado y en su interior hay una laguna de agua dulce, rodeada de vegetación nativa, especialmente juncos y totoras. Hacia ella dirigen la mirada varias decenas de moais desde la ladera interior.
Orongo: Donde comenzaba la carrera del hombre-pájaro
Tras la crisis que sumió al pueblo rapanui en guerras tribales, la sociedad isleña se reorganizó a través del culto al hombre pájaro. Cada familia enviaba a uno de sus hombres, que representaba al jefe del linaje, para competir en la osada búsqueda del huevo del Manutara, un ave migratoria que anidaba en los islotes cercanos, los que podrás ver desde la aldea ceremonial de Orongo. Aquí, los competidores debían descender por el acantilado, nadar –a veces entre tiburones– hasta el islote de Motu Nui, buscar el primer huevo del ave y traerlo intacto de vuelta a Orongo para entregarlo al rey. Quien lograba ser el primero en llevar a buen término la proeza era investido Tangata Manu (hombre-pájaro) y adquiría para su tribu privilegios especiales.
La aldea ceremonial está compuesta de un conjunto de 53 casas construidas con piedras planas, pero hay además en ella rocas con petroglifos que simbolizan la fertilidad, el hombre pájaro y el Make Make, la gran divinidad para la cultura rapanui.
Para llegar a Orongo, el paso obligado es el cráter del volcán Rano Kau, que tiene 1,6 km de diámetro y 200 metros de profundidad y cuya forma recortada sobre el mar simplemente sobrecoge. En su interior, el cráter alberga una laguna y una suerte de invernadero natural con mahute, helechos, makoi, nahe nahe y otras especies, gracias a su particular microclima. Definitivamente un lugar para la contemplación.
CHILOÉ: La isla mágica
Tras cruzar el canal de Chacao en un ferry desde el continente, aparece la Isla Grande de Chiloé (un rectángulo de 250 km de longitud por 50 km de ancho) que forma parte del archipiélago del mismo nombre, constituido por unas treinta islas. Recorre su geografía de suaves lomajes donde irán apareciendo apacibles poblados con sus casas de madera de vivos colores. Muy pronto te encontrarás con el encanto genuino de sus habitantes, los chilotes, mezcla de los colonizadores españoles y el pueblo huilliche, reconocidos por su hospitalidad. Las coloridas casas, construidas en pilotes sobre el agua, son los llamados "palafitos", un clásico de la isla. Como también lo son sus iglesias, de madera y construidas entre los siglos 18 y 19, dieciséis de ellas declaradas Patrimonio Mundial por la Unesco.
Ancud, Castro y Quellón son sus principales ciudades, ademas de la emergente Península de Rilan, al norte de Castro, estos son el puntos de partida para descubrir los abundantes parajes y la rica gastronomía que guarda este enclave, su mitología y fiestas locales.
Navegar en kayak por los canales secundarios o tomar un transbordador hasta otras islas del archipiélago como Quinchao, Lemuy, San Pedro o el grupo Chauques es un experiencia que no olvidarás. Es así como podrás vivir de cerca la particular cultura de la gente de Chiloé, participar en sus fiestas y escuchar sus mitos y leyendas.
Como si no bastara con su cultura, en la Isla Grande de Chiloé el mar y los bosques convergen en un entorno solitario y salvaje. podrás visitar el Parque Nacional Chiloé, en la parte occidental, y el Parque Tantauco en el sur. Allí podrás observar zorros chilotes, cientos de aves y ballenas jorobadas, que van rumbo a la Patagonia. Este parque también sorprende con sus red de senderos de trekking entre alerces, arrayanes y cipreses.
Cómo llegar
|
|
EN AVIÓN
|
Vuelos diarios desde Santiago a Puerto Montt (1 hora 40 minutos). Transfers desde el aeropuerto El Tepual de esa ciudad a Ancud y Castro, ciudades separadas por 82 km.
|
|
|
EN BUS
|
Desde Santiago a Castro (17 horas). Si estás en Puerto Montt puedes tomar un bus que cruza el canal de Chacao en el ferry y llega a Castro (4 horas), donde se pueden hacer conexiones a otras localidades de la isla.
|
|
|
EN AUTOMÓVIL
|
Desde Santiago, por la ruta 5 sur hasta Puerto Montt (1.025 km), luego dirigirse hacia el suroeste hasta la localidad de Pargua (65 km), donde se toma el servicio de transbordadores que cruza el canal de Chacao en 35 minutos. Los zarpes comienzan cerca de las seis de la mañana y terminan a las cero horas. Desde Chacao a Ancud hay 33 km y desde esta ciudad, 82 km hasta Castro.
Mapa:
Ancud, la puerta a Chiloé
Tras cruzar el canal de Chacao, entre lobos marinos y toninas, te sumergirás en un angosto camino campestre que llega a Ancud, ubicado al norte de la Isla Grande. Lo mejor es empezar recorriendo su historia en el Museo Regional de Ancud, donde se exponen desde objetos que usaban los indígenas huilliches y chonos hasta fotografías del terremoto de 1960 que asoló esta ciudad. También se puede conocer la artesanía y mitología local que le da un toque de misterio a esta zona, antiguamente tierra de brujos y hechiceros.
Otro lugar interesante es el Fuerte San Antonio, que levantaron los españoles a principios del siglo 19, y que incluye lindas vistas al puerto.
En Ancud, como en todo Chiloé, se vive del mar. Por eso no hay mejor lugar para que disfrutes de los mariscos chilenos, grandes y exóticos. Dos platos imperdibles son el pulmay y las ostras frescas. Hay restaurantes que las ofrecen sacadas de su mismo criadero.
No habrás conocido el Chiloé profundo si no vives y pruebas un curanto al hoyo junto a los lugareños, gente sencilla y acogedora. Es un ritual gastronómico y ancestral en que se cocinan mariscos y carnes sobre piedras calientes y bajo tierra, todo acompañado de milcao y chapaleles, masas de papa chilota.
Para disfrutar de la naturaleza, ver cientos de aves, hacer trekking, kayak y disfrutar de playas solitarias, no te pierdas el Parque Nacional Chiloé, a 38 km de Ancud. Su mejor postal es desde el mirador de Chepu.
En Puñihuil, a 27 km al sur de Ancud, salen tours navegables (de septiembre a abril) para ver cómo se refugian y anidan los pingüinos de Humboldt y Magallanes en los islotes cercanos.
Y a 57 km al sur, la siguiente parada es Quemchi, un tranquilo y pintoresco pueblo con una linda costa. Podrás visitar la casa-palafito-museo de Francisco Coloane, un connotado escritor chileno que nació aquí y muchas de cuyas novelas de aventuras se sitúan en los mares del sur de Chile.
Castro, dormir en un palafito y navegar entre islas
Ubicado al centro de la Isla Grande de Chiloé, y a 172 kilómetros de Puerto Montt, Castro es el punto de partida para explorar este archipiélago. Entre colinas y una vegetación exuberante, esta ciudad cuenta con una cómoda infraestructura turística y está bien conectada con las otras localidades chilotas e islotes. Fundada en 1567 por Martín Ruiz de Gamboa, hoy es uno de los destinos favoritos de los mochileros.
Disfruta esta ciudad caminando, probando sus restaurantes marinos, recorriendo sus tiendas de artesanía y admirando los coloridos "palafitos" en la costanera, la clásica postal chilota. Son casas de madera, recubiertas de tejuelas de madera, construidas sobre pilotes y que cuando la marea sube parece que estuvieran flotando. Podrás obtener la mejor vista desde el mirador del puente Gamboa.
Los jesuitas españoles, que llegaron a la isla hacia 1600 para evangelizar a los nativos huilliches y onas, dejaron una huella imborrable: sus iglesias de madera chilota, verdaderas joyas arquitectónicas. La Iglesia San Francisco de Castro es la más monumental, de fachada anaranjada, con campanarios y dominando la plaza principal. Lo ideal es visitarla un día de sol, cuando la luz entra por las vidrieras e ilumina su interior.
Descubre la cultura chilota en el Festival Costumbrista de Castro, en febrero, donde se expone la música, artesanía, comida y danza de la zona. Para comprar, la Feria Artesanal de Castro, y para conocer el arte local contemporáneo, el Museo de Arte Moderno de Chiloé. Te sorprenderás.
Después de haber recorrido Castro, una alternativa es escaparse a la tranquila Isla Mechuque, que destaca por sus palafitos, o al Parque Nacional Chiloé. Si es marzo o abril, se puede salir en lancha a ver ballenas. En Castro hay varias agencias de turismo que ofrecen estas excursiones, aunque también se pueden hacer en forma independiente.
Quellón, donde termina la carretera que viene de Alaska
Quellón es la última gran ciudad chilota. Aquí termina la carretera Panamericana o Ruta 5 (completamente pavimentada hasta esta ciudad) que comienza en Alaska y atraviesa todo el continente. A 258 km de Puerto Montt, este puerto vive principalmente del cultivo del salmón, cosa que se nota en sus restaurantes. Tiene un par de buenos hoteles y agencias de excursiones para explorar los fascinantes alrededores.
Para empezar, el Museo Inchin Cuivi An ("nuestro pasado" en lengua huilliche), te permitirá conocer más de cerca esta cultura originaria, sus objetos, embarcaciones y un trozo de su historia. El museo está abierto solo en verano.
Una de las opciones imperdibles, entre noviembre y marzo, es contratar un guía especializado para embarcarse rumbo al Golfo del Corcovado a buscar la mítica ballena azul de esta zona.
También se pueden contratar lanchas para salir a recorrer pequeñas islas vecinas y aldeas desconocidas, esas donde el tiempo parece detenido y donde la cultura chilota es más profunda, la vida más apacible y sin hordas de turistas. La Isla Laitec merece una visita, por su linda iglesia bien conservada y las antiguas viviendas de chonos, habitantes originarios.
Si quieres adentrarte en los bosques milenarios, al oeste de Quellón comienza el Parque Tantauco, uno de los 25 lugares con mayor biodiversidad en el mundo, ideal para hacer excursiones, pesca con mosca y observar animales.
Entre bosques, bajo la lluvia, frente al mar, uno entiende cuánto cuesta dejar Chiloé...
Chonchi y Cucao, "el fin de la cristiandad"
Después de haber recorrido y disfrutado de Castro, de su monumental iglesia, palafitos, restaurantes, museos y mitología, una buena opción es bajar 20 km hacia el sur rumbo a Chonchi y luego enfilar hasta Cucao.
Chonchi, en la costa oriental, es un pequeño pueblo pesquero con un bonito mercado municipal y un restaurante sobre la bahía. Fue invadido por los piratas y antiguamente era un puerto de exportación de madera de ciprés, un árbol típico de Chiloé. Los colonizadores españoles llamaron a esta zona "el fin de la cristiandad", porque desde aquí los misioneros jesuitas salían a evangelizar por los islotes cercanos y la zona más austral de la Isla Grande. Los mismos jesuitas levantaron la Iglesia de San Carlos de Borroneo, en Chonchi, una de las 16 declaradas Patrimonio Mundial por la Unesco.
El Museo Viviente de las Tradiciones Chonchinas, una iniciativa de los habitantes de este lugar, cuenta con exposiciones que permiten conocer de cerca cómo viven los chilotes.
Luego, hay que avanzar en dirección al occidente y bordear el lago Huillinco para llegar a la bahía de Cucao. Hasta aquí llegó Darwin en 1834 cuando desembarcó en Chiloé. Cucao sorprende con su enorme playa, solitaria, apacible y con un verde paisaje de fondo. Es un lugar ideal para galopar, hacer un picnic o pasar el día contemplando este exquisito rincón chilote.
Desde Cucao se puede acceder al Parque Nacional Chiloé, con sus ocho senderos que atraviesan la selva virgen y exuberante y donde es posible encontrarse con más de cien especies de aves, colonias de pudúes (ciervo chileno) y zorros.
Dalcahue: Artesanía chilota en Dalcahue
A sólo 20 km de Castro, en Chiloé, se puede ir por el día a recorrer el poblado de Dalcahue, que en lengua huilliche significa lugar de dalcas, es decir, de las embarcaciones originales que construían los primeros habitantes de este archipiélago. Se recomienda visitar esta localidad un domingo, cuando se celebra la Feria de Artesanía, donde participan los habitantes de todas las islas de los alrededores y amenizan cantores chilotes. Aquí se pueden encontrar los clásicos chalecos, bufandas y gorros de colorida lana, además de cestería, madera tallada, comida auténtica y dulces de la zona.
Su gran atractivo es la Iglesia de Nuestra Señora de Los Dolores recubierta de tejuelas de alerce. Levantada por los misioneros jesuitas en 1849, es uno de los 16 templos chilotes declarados Patrimonio Mundial por la Unesco. Destaca la pintura detrás de la puerta principal, donde se ve a Jesús entre los personajes mitológicos de Chiloé.
En una casa tipo palafito, se ubica el Museo Histórico Etnográfico, donde se cuenta la historia de los chonos y huilliches, las etnias originarias de Chiloé. Aquí podrás aprender sobre cómo vivían, su artesanía, sus instrumentos folclóricos, sus cerámicas y ver fotografías del siglo pasado.
Este poblado, que cuenta con hosterías y restaurantes, también es el punto de partida para cruzar hasta la Isla Quinchao, donde se ubican los pintorescos pueblos de Curaco de Vélez y Achao. En este último está la iglesia más antigua del archipiélago.
ROBINSON CRUSOE: La Isla del Tesoro chilena
La Isla Robinson Crusoe, la principal del Archipiélago Juan Fernández, compuesto además por las islas Santa Clara y Alejandro Selkirk o Más Afuera, tiene una historia pródiga en acontecimientos. Desde su descubrimiento realizado por el navegante español Juan Fernández en 1574 se convirtió en un referente de la marinería y lugar de refugio de corsarios y piratas que se reabastecían en este paraíso. En este mismo lugar fue abandonado el navegante escocés Alejandro Selkirk (en octubre de 1704) siendo rescatado cuatro años y cuatro meses después. Su historia dio origen a la novela Robinson Crusoe, de Daniel Defoe.
En la isla encontrarás un único poblado llamado San Juan Bautista con 500 habitantes y en vías de recuperación luego de ser azotado por un tsunami (2010). Es la capital de un verdadero tesoro, no sólo por el que buscan exploradores internacionales, que fue enterrado secretamente por Lord Anson a mediados del siglo XVIII, sino por uno más cercano y tangible: su gente y naturaleza. Declarado Parque Nacional y Reserva de la Biosfera por Unesco, es 61 veces más abundante que Galápagos en especies de plantas endémicas y posee trece veces más aves.
Ideal para trekking y fotografía, con grandes miradores cercanos al cerro El Yunque, principal cumbre de su ondulante geografía, también podrás gozar de la amabilidad e incontables leyendas que entrega su gente, herederos de los primeros colonos llegados hace un siglo atrás. Aquí podrás bucear en una de las áreas con mejor visibilidad de Chile, sobre los 20 metros, con abundante fauna marina y juguetones lobos marinos. Disfruta alguno de los sabrosísimos platos típicos con productos del mar como langostas (producto más famoso de Robinson Crusoe que se come en el plato llamado "perol"), cangrejos dorados y los pescados clásicos de esta isla: vidriola y breca. Los grandes paisajes naturales en medio del Pacífico harán de esta experiencia una marca en tu vida. No te arrepentirás.
Cómo llegar
|
|
EN AVIÓN
|
Dos compañías aéreas realizan el viaje con frecuencias semanales, demorando 1:50 minutos en cubrir la distancia desde el continente.
Mapa:
|
|
|
|
|
|
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario